miércoles, 28 de diciembre de 2011

Half Moon Party (Capítulo 3)

Ko Phangan, 28 de diciembre de 2011

Empiezan a llegar a Haad Rid sobre las ocho. Vienen en motos alquiladas, en furgonetas-taxi o en barcos, de zonas más tranquilas de Ko Phangan e incluso de otras islas. Pronto son oleadas de grupos de chicos, de chicas o mixtos los que se mezclan con los jóvenes hospedados en esta localidad costera. Al ritmo de la música de todas las discotecas del mundo, las calles repletas de hostales, comercios y restaurantes se llenan también de brazos poderosos, escotes interminables, gritos en multitud de idiomas y miradas provocadoras. El desfile ha comenzado, y como tal, su éxito requiere no sólo buenas poses, sino también una indumentaria adecuada.

Los novatos y los despistados vestidos incorrectamente se dejan caer por las tiendas en busca de moda playera. Una camiseta “Half Moon Party”, de tirantes y colores chillones es lo más cotizado. También se puede salir del paso con cintas elásticas para frente, brazos y piernas o con unas gafas resplandecientes como el neón. En caso de ir sin camiseta, cabe la posibilidad de dibujarse algo en el cuerpo. El árbol de navidad es una opción muy en la onda. Vestirse como es debido fortalece la autoestima, pero no es suficiente. Las manos necesitan algo que sujetar, lo mismo que pide la boca y la garganta. Las neveras de los 7Eleven se vacían de cervezas mientras que el pack botellón (un cubo como los de jugar en la playa bien cargado con hielos, alcohol nacional o de importación, su refresco correspondiente y un condón de regalo) se repone con más rapidez porque son decenas los carritos que los venden.

Las calles de la capital de la fiesta de Tailandia hierven de hormonas y poco a poco en la playa también va subiendo la temperatura. Los malabaristas sumergen varas en queroseno y las sacan hechas lanzas de fuego que en un mismo segundo, como aspas del inferno, pasan de una mano a la otra, se elevan por encima de la cabeza, descienden hasta las piernas, rodean la cintura y ¡HOP! vuelan hacia la negrura del cielo para, al caer sobre la mano, aún ardiendo, volver a confundir a los ojos atónitos de los espectadores con su frenético ritmo de trilero.

Los malabaristas se alternan en el centro del escenario, una porción de la playa, y en su zona de descanso ya se agolpan las chicas solteras. El más discreto de ellos lleva un tatuaje de cincuenta centímetros y es capaz de mover la vara de fuego a la velocidad de la luz sin que se le escape de las manos. Cunde el desánimo entre los solteros masculinos.

Pero el trasiego de alcohol devuelve la felicidad, si es que alguna vez desapareció. Cada vez son más las manos que sujetan por el asa los cubos de playa y más frecuentes los labios que sorben por las pajitas. Algunos van con ventaja, pues brincan desaforados sobre su porción de playa al ritmo del tecno. Los demás se mueven con más o menos desenvoltura, sin despegarse de sus cubos-botellón. El viento del sur hincha las banderolas y extiende por la playa el olor del queroseno.

La invisible luna debe estar ya en lo más alto y el espectáculo cada vez se parece
más a un videoclip de David Guetta. No hay ningún DJ a la vista, y ni siquiera la música es la misma en toda la playa, pues cada garito pincha la suya, pero todos saltan, baten palmas, alzan los brazos y sonríen con sus camisetas Half Moon Party, sus cintas de colores y sus arbolitos de navidad, sabiéndose parte de la flor y nata de la juventud mundial. Los que no están hoy en Haad Rid son unos pringaos.

Siempre hubo clases entre la élite, y hay quienes se abren paso a empujones y los que convierten las mesas y bancos de la playa en plataformas de gogós desde las que son contemplados por el resto. Las diferencias también generan envidias, y un tipo les apunta desde el suelo con una bengala. Los del banco están sin duda borrachos, pero no lo suficiente como para despreocuparse por la posibilidad de salir disparados hacia el cielo. Abandonan en tropel el banco, como si fuese el Titanic a punto de hundirse, y sonriente, satisfecho con su broma, el chico de la bengala varía la trayectoria y dispara a lo alto. Tras la explosión, lucecitas amarillas y rosas se esparcen en la negrura. Le siguen decenas de explosiones más. El cielo se viste de diamantes de colores.

El alcohol ya inunda cabezas y ojos aunque los vendedores de packs botellón siguen desgañitándose desde sus carritos, en la frontera de la playa y el pueblo, probando con todo tipo de idiomas y carteles para atraer a más clientes. Uno incluso tiene un cubo (más bien un dado gigante) en el que en cada cara está pintada una bandera. Las hay de países escandinavos, de Inglaterra, derivados anglosajones y de Israel. Los de estas nacionalidades exhiben con orgullo la cara del cubo que les interesa mostrar al resto de la playa. Los que no tienen nacionalidad definida en el cubo siempre pueden recurrir al lado de la hoja de la marihuana.

La noche avanza a toda vela empujada por el viento del sur, y si bien desde los chiringuitos la música sigue tronando, en la playa ya hay huecos, cada vez más amplios, y más cubos-botellón vacíos abandonados en la arena. Los chicos mean en la orilla, las chicas buscan un baño, las parejas una habitación y los borrachos más atrevidos una tienda de tatuajes. La madrugada debe ser la hora punta, pues el tatuador se afana con la aguja sobre brazos, piernas y espaldas de clientes que duermen sobre su camilla.

Hay posibles clientes que, hartos de esperar la cola, ponen rumbo de vuelta a la playa o a sus alojamientos. Si no es en la Half Moon Party siempre se podrán tatuar en la Sivvha Party de mañana, o en la Pool Party de pasado, o en el Half Moon Festival o en la Full Moon Party, la prometedora party de Nochevieja.

La retirada se produce de manera escalonada. El retorno a las motos de alquiler, a las furgonetas-taxi y a los barcos tiene mucho menos glamour que la llegada. Los que aún se mantienen sobre sus piernas avanzan dando tumbos, hablando a gritos con voces sonámbulas, pensando en el colchón y en olvidarse del mundo durante unas horas. Los vendedores de packs botellón recogen sus carritos y sacan la cuenta de los beneficios. Ellos también deben soñar con una cama y un poco de tranquilidad. El alba ya ilumina el cielo, descubriendo una playa desierta, cubierta únicamente de botellas de cerveza y cubos botellón. Adorados durante la noche, olvidados por la mañana, botellas y cubos aguardan la llegada de la marea para irse, ellos también, a donde nadie les vea.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Conversación con conductor de Tuk-tuk (Capítulo 2)

Bangkok, 24 de diciembre de 2011

En un pedacito de acera, a un paso de la selva de vehículos que se pelean por una mejor posición escupiendo humo negro y haciendo rugir el motor, Tuch y yo miramos el mapa de Bangkok. Levantamos la vista de él y esquivamos por poco a una moto que acaba de subirse a la acera. Poco después aparece un hombre de lo más sonriente y simpático.

-¡Hola! ¿Dónde son?
-De España.
-Barcelona.
-No, Madrid.
-Cristiano Ronaldo mejor que Messi
-Sí.
-Cristiano Ronaldo más rápido, más fuerte.
-Sí.
-¿Dónde van?

Opción 1

-A visitar el Wat X (templo) que está aquí al lado, una calle más allá.
-¡Ah no! Wat X estar cerrado.
-No fastidie.
-Sí, cerrado, pero haber otro mejor aquí, -toma nuestro mapa y lo pintarrajea señalando el Wat Y.
-Wat Y estar abierto sólo hoy. Único día del año gratis. Tener Big Budda.
-Pues qué suerte hemos tenido.
-Sí, pero cierra en una hora. Deben darse prisa. Los llevo. Barato.
-No gracias.
-Barato. Sólo abrir hoy. Mañana estar cerrado. Wat Y ser muy importante. Tener Big Budda.
-Gracias pero primero iremos al Wat X, que está más cerca.
-Pero Wat X estar cerrado…

Dos minutos después, entramos en el Wat X, el supuestamente cerrado. Más allá de los muros del templo y de su atmósfera de incienso, los vehículos colapsan la calle escupiendo humo negro y haciendo rugir el motor. Las motos avanzan por la acera. En la jungla del tráfico no hay normas de circulación.

Opción 2
-Al parque X a descansar.
-Wat H cerca aquí. Hoy gratis. Tener Big Budda. Pero cierra en veinte minutos. Los llevo.
-No gracias, ya hemos visitado muchos wats.
-¿Cuántos días quedarse en Bangkok?
-Llevamos T días y no sabemos cuándo nos iremos. Cuando nos cansemos.
-¿Dónde ir después?
-A algún sitio relajante. Probablemente a la playa. Quizá a Ko Phangan.
-Ko Phangan muy caro. Temporada alta. Deben reservar antes alojamiento.
-Muchas gracias, qué amable, qué suerte hemos tenido de que nos avise.
-Sí. Deben ir a oficina turística. Reservas antes. -Toma nuestro mapa y lo pintarrajea señalando la oficina turística. Una moto pasa rozándonos en plena acera.
-Oficina cierra en veinte minutos. Los llevo. Barato.
-No gracias, iremos caminando.
-Muy barato. Buenos consejos en Oficina Turística. Deben reservar antes. Temporada alta.
-Gracias pero iremos caminando.
Una calle más allá, tres minutos después, el conductor frena su tuk-tuk a nuestro lado.
-Oficina turística allí, sigan derecho. Buenos consejos. Temporada alta. Reservar antes.
-Sí, hacia allá vamos. Gracias.

Tres minutos después, una calle más allá, aparece de nuevo nuestro sonriente amigo.
-Oficina turística allí, sigan derecho. Buenos consejos. Temporada alta. Reservar antes alojamiento.
-Sí, hacia allá vamos. Gracias.

Una calle después, tres minutos más tarde, vemos a nuestro conductor en la esquina opuesta de la avenida. Disimula mirando el río. Quizá piensa en la comisión que se va a embolsar cuando reservemos el alojamiento en la oficina turística con él como acompañante. De reojo comprobamos que nos mira. Nos preguntamos cuánto más pagaremos reservando el alojamiento en Bangkok a través de dos intermediarios (la oficina y el conductor). Seguro que son bastantes baths más. El conductor nos observa haciéndose el distraído. Nos sentimos en el punto de mira. Él es el cazador y nosotros la presa. En la jungla de los conductores de tuk-tuk la parte más jugosa de su clientela son los turistas. Casi podemos oír cómo acaricia el gatillo. Nosotros no tenemos otra salida que la que nos dicta nuestro instinto; en cuanto el cazador se vuelve hacia el río doblamos en la primera callejuela, volvemos a doblar en la siguiente y luego en la de más allá. Daremos un rodeo para llegar al parque pero ya lo hemos despistado. Hasta el siguiente conductor, la opción 3.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Business Tourist (Capítulo 1)

Dubai, martes 20 de diciembre.

Las últimas palabras avanzan al ritmo de un sprint en la pantalla del ordenador. Para informar al mundo de quiénes son las veintidós convocadas por Salva Induráin que prepararán el Preolímpico de Hockey no hace falta pensar. Sólo ser capaz de resistir el estrés de los numeritos de la parte inferior. Aunque tampoco hace falta mirar al reloj para sentir el aliento de la prisa. Puli (mi madre) se encarga de recordarme a gritos que ya es la hora. Subo la noticia a internet, apago la sesión y me cuelgo la mochila como acaba de hacer Tuch (mi hermana). Hemos recubierto las mochilas de plástico y celofán, pero por suerte a la espalda no se ve el resultado. Nos despedimos a toda prisa. Adiós. Hasta el 25 de enero. Nos vamos de vacaciones. Con el ordenador.

Los numeritos del reloj se encargan de tranquilizarme. No hay que alarmarse. Vamos con tiempo y el metro llega puntual. Hoy no vamos a perder el vuelo.

En Nuevos Ministerios dejamos el vagón de los que van o vuelven de algún sitio de Madrid y subimos al de los que se marchan de Madrid. En nuestro caso, a Dubai. Ya en la T-4, en el rincón de facturación de Emirates empezamos a sospechar que Dubai es un sitio peculiar. Las azafatas de tierra portan una boina roja de la que se descuelga una especie de mosquitera blanca para luego volver a subir en un inmenso looping. No desentonamos demasiado con ellas; yo me acabo de afeitar la cabeza y visto con unos pantalones de tela bolivianos algo anchos. Tuchi también se ha cortado el pelo y lleva un look estilo sota de copas. Creo que le damos pena a una de ellas, porque nos avisa de que con veintitrés horas de escala entre avión y avión tenemos derecho a una noche de hotel. Parecen generosos los de Emirates. Incluso aportan su granito de arena en favor de la economía española e importan azafatas. Nos lo cuenta en la fila de embarque una chica gaditana. Se va a vivir a Dubai. Nosotros de vacaciones a Tailandia. Creo que por un momento sentimos envidia mutua.

Pillo “El País” y dejo el “Marca”. Tuch se queda con el “Daily Telegraph” y el “Business”. Nada más tomar asiento empiezo a ponerme nervioso. Enciendo mi pantallita porque es inevitable no toquetear el mando que cuelga de ella y porque el botón de On es el más grande y compruebo entre sudores que siete horas de vuelo es un tiempo insuficiente. Tres opciones, “Information”, “Entertainment” y “Comunications” dan acceso a todo un universo de informaciones, entretenimientos y comunicaciones. Y además tengo tres periódicos para leer.

Inicio la tarea con “Information”, en donde aprendo que la población de Dubai está formada por gentes de más de cien nacionalidades. La pantalla debe decir la verdad: los pasajeros del avión somos una mezcla de colores que van desde el negro-negrísimo de mi vecina hasta el blanco-blanquísimo de los rusos de Business pasando por todas las tonalidades de negro, blanco y amarillo. Sigo aprendiendo: una persona puede importar hasta 2000 cigarrillos ó 400 puros ó 2 kilos de tabaco ó 150 gramos de perfume. El saber no ocupa lugar así que bienvenido sea, aunque no tenemos pensado empezar a fumar y en cuanto al perfume, ya nos hemos rociado de Jean Paul Gauthier en el Duty Free.

Seguimos el despegue en directo a través de la opción “forward camera” y “downward camera”. Ya en el aire, doy un respiro a la pantalla y me pongo con “El País” hasta Valencia. Tuch ha optado por la sección de películas (más de cien) y comprueba alterada que son en inglés con subtítulos en árabe. Se hace un lío a la hora de preguntar a la azafata por la opción inexistente de “cambiar subtítulo” y, preocupada por la falta de agilidad de su inglés, comienza a devorar “Mr Popper’s Penguins”.

Yo soy más precavido, y después de ojear las diez páginas de “Things to do” en Dubai me decanto por “Health and Relaxation”, en la sección “Entertainment”. El pasajero puede encontrar en ella consejos como el de hidratarse con regularidad, respirar profundamente y caminar de vez en cuando por el pasillo para favorecer la circulación sanguínea.

En Ibiza empieza a refrescar. Mi abrigo-sudadera está en la parte de arriba y temo molestar a mi vecina. Afortunadamente Emirates ha pensado en ello y cuento con una mantita con el logo de la compañía que pronto se convierte en mi mejor amiga. Sí, porque con Tuch surge el primer roce: yo quiero mirar por la ventanilla y disfrutar del paisaje de nubes que se extiende hasta el horizonte. A ella el sol le deslumbra y no puede seguir con comodidad las aventuras de los pingüinos. Gana Tuch.

Pero poco después consigo el empate. Emirates decide ofrecernos un menú a la carta. Me siento importante en el avión y opto por el “Lamb Redong”. Tuch por el “Chicken Breast”. Más allá del aspecto minimalista y del envoltorio de plástico de la comida del avión, el “Lamb Redong” es un auténtico manjar que echa por la borda al insípido “Chicken Breast”. Mi vecina también ha pedido Lamb y aunque no soy (o trato de no ser) prejuicioso, acierto en mis predicciones: ella no se termina la comida.
Se deja el tomate de la ensalada y las judías que acompañan al Lamp.

Al pasar Italia comienza a anochecer y es el momento de echar una cabezada. Acompaño la siesta con el sonido de fondo de un “Audio Book”, o lo que es lo mismo, una somnolienta voz de mujer que lee en inglés un libro titulado “Daughters in law”. Llego hasta el capítulo 5 sin enterarme de nada y al despertarme, ya cerca de Chipre, ya de noche, imito a Tuch y me decanto por “Games”.

Ella ha probado el “Memory”, un juego de formar parejas en donde se pone a prueba la memoria del participante y el “Caveman”, un juego que consiste en empujar una piedra en donde lo que se pone a prueba debe ser la paciencia. Tuch dura poco con él, pero yo aún menos con el “Gravitar”. A los diez segundos mi avioncito ya se ha estrellado cuatro veces. Game Over. En el asiento de al lado, el de mi vecina, Van Damme acribilla a cuatro gángsters.

Las azafatas atraviesan el pasillo repartiendo bebidas, momento que aprovechamos para averiguar que la vecina se llama Yolanda, es de Angola, en Madrid ha visitado a su novio y en Dubai hace escala para volar a Sudáfrica. Aquello nos hace recordar que Dubai es únicamente una escala en nuestro trayecto a Tailandia, por lo que decidimos empaparnos de la cultura tailandesa en el apartado “Thai Songs”. Movemos la cabeza al ritmo de Chun Kid Yang Nun o de Kaub Koon Nun Tha cuando nos plantamos a sólo 1400 millas de nuestro destino, ya en Arabia Saudí. Fieles a los consejos de “Health and Relaxing”, los pasajeros caminan por el pasillo. El bolsón de mi asiento delantero rebosa de periódicos sin leer, revistas de publicidad y vasos de agua vacíos.

El idilio con Emirates se diluye ya próximos al Mar Rojo. Había empezado a ver “A bug`s life” cuando un video promocional de Dubai interrumpe las emisiones de todas las pantallas. El hotel de siete estrellas, el edificio más grande del mundo, las islas prefabricadas en forma de palmera o el centro comercial más grande del mundo se reproducen por centenares en el avión. Dubai me parece por momentos el Gran Hermano que nos vigila a todos. Las azafatas de Emirates pasan poco después privando a los pasajeros del calor de las mantitas. No sin cierto pesar, entrego la mía.

Pero cuando las luces de Dubai aparecen en la lejanía comienzo a ponerme nervioso. Y los nervios no se deben a que aún me faltan dos periódicos, cientos de películas, miles de canciones o decenas de informaciones por leer, sino porque ya quiero ver cómo es eso de Dubai. El video promocional ha cumplido su objetivo conmigo. Seguimos el aterrizaje en directo a través de la cámara. Nadie aplaude al pisar tierra. Yo quería aplaudir pero me cohíbe la seriedad del pasaje. El aeropuerto ofrece la primera imagen de Dubai: cúpulas, columnas recubiertas de algo que imita la plata y una cascada artificial son los primeros guiños al lujo.

En el exterior, una batería de cochazos aguarda a quién sabe qué peces gordos y alrededor del aeropuerto florecen decenas de hoteles, cada cual con mejor aspecto. Emirates reconquista nuestro corazón, esta vez para siempre. Nos pone un autobús (a nosotros y a cuarenta más) y nos lleva al hotel de la compañía, en donde me reservan habitación hasta las nueve de la noche del día siguiente (Tuch vuela a Bangkok por la mañana) y me llenan de tickets de comida para el breakfast, el lunch y la dinner. Y de propina un “Light Refresment” que de ligero no tiene nada: un suculento sándwich de chicken con barra libre de zumo. Decenas de camareros y camareras, en una media aproximada de uno para cada tres clientes, nos atienden apresurados. Ellos son muchos, pero los recién llegados estamos hambrientos. Es la una de la noche hora de Dubai y en el hotel parece hora punta. En la joyería del hotel, la dependienta exhibe collares de piedras preciosas.

Con el estómago lleno y una habitación que es sin duda la más lujosa en la que vamos a dormir en un mes la vida se ve brillante, como las luces de Dubai en la noche. Estamos de vacaciones, estamos para disfrutar, y después del breve paso por la capital de los negocios nos marcharemos a Bangkok. El mundo es nuestro.
Sin embargo, antes de dormir me acuerdo del Europeo de Hockey Sala y de la lista de convocadas para una concentración que debe haber dado hoy Angel Laso. Saco el ordenador de la mochila y, como buen hombre de negocios, como un auténtico dubaití, inicio sesión.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Un año en la ruta

Santiago de Chile, 18 de marzo de 2009

De viaje, los aniversarios no son anuales sino mensuales. Cada dìa 17 solìamos festejar "San Backpacker", la conmemoraciòn de un mes màs de aventura, de libetad, de experiencia en nuestra nueva vida y tambièn de buena suerte. Una fecha en la que nuestro santo particular nos bendecìa con su buena estrella y cuyo efecto se dilataba por un periodo de 4 o 5 dìas. Aquellos dìas eran los mejores para conocer chicas o para jugarse los cuartos en un casino, aunque lo segundo nunca lo llegamos a comprobar. Eran los dìas en los que San Backpacker te devolvìa parte de la suerte que te dejabas el resto del mes. El momento de saldar deudas en la balanza mochilera. Siempre nos gustò pensar què serìa del Gran Aniversario, el del 17 de marzo de 2009.

Una fecha que parecìa tan lejana como el dìa de Reyes para un niño, las vacaciones de verano para un estudiante o la graduaciòn para un universitario. Un dìa que sabes que llegarà pero que forma parte de la vaguedad del largo plazo y que està tan señalado en el calendario que cuando llega cuesta creer que realmente se estè viviendo en ese dìa.

Ayer dìa 17 se acabò formalmente el viaje. Llegamos de madrugada a casa de Cote, a las afueras de Santiago, despuès de recorrer en el ùltimo mes el sur de Brasil, Paraguay y pasar por Argentina a la velocidad de un relàmpago. Nos recibieron con un asado y abundante vino. Por delante quedan dos semanas de vida familiar antes de subirme al tren de la vida cotidiana de Madrid.

Si para percibir en toda su expensiòn la implacable realidad de que me iba de viaje necesitè tener mis cosas empacadas en la mochila y verme con Carlos despidièndome de padres y amigos en el aeropuerto, para ser consciente de que mi vida itinerante ha concluido con todo lo que ello implica, requerirè otro esfuerzo de actualizaciòn mental que sin duda serà tan doloroso como imprescindible.

El ruido de los motores del aviòn ya zumban en mi oìdo desde la lejanìa y escucho que mi corazòn ha cambiado el paso al imaginarme sentado en un asiento que no es de autobùs. La respiraciòn se acorta, la saliva arde, el aire se ha saturado a la espera de un diluvio y miro lo que sucede a mi alrededor con ojos de moribundo. Todo huele a adiòs y aùn no ha llegado el momento. Ya pienso en un balace del viaje aunque mi ropa aùn està desparramada por la mochila.

Dicen que con el tiempo el cerebro tiende a suavizar los malos momentos y magnificar los buenos. Un dìa despuès de aparcar mi mochila, y al echar la vista atràs, me da la impresiòn de que el ùltimo año fue el mismo dìa de suerte: el dìa de San Backpacker.

Pablo

domingo, 22 de febrero de 2009

Carnaval... en Sao Paulo

Curitiba, Brasil, 22 de febrero de 2009

Cuando meses atrás pensaba en el Carnaval no podía imaginar un lugar distinto a Rio de Janeiro. La capital carioca está cargada de símbolos que representan internacionalmente a Brasil. Es el mejor escaparate del país y el simple sonido de su nombre, Rio-de-Janeiro dejaba en mi oído una excitante musicalidad. Una mezcla entre exotismo y alegría.

Sus populosas playas son una película de acción de veinticuatro horas, su geografía voluptuosa ofrece vistas de vértigo y fotografías de postal, su sol energizante invita a la diversión y a aparcar cualquier obligación (por eso no pude actualizar antes el blog, todo tiene su explicación) y su contraste entre las míseras favelas escalando cerros con elegantes edificios a sus pies invita a la reflexión.

Quizá también influido porque nos quedamos diez días en casa de una amiga y sus padres fueron un prodigio de hospitalidad, el gesto fraternal del Cristo Redentor abriendo sus brazos desde un pennasco me parece el mejor ejemplo del carácter amable y acogedor de la ciudad.

Y ya que hablamos de símbolos y de ejemplos, el Carnaval de Rio representa la alegría y la festividad de la ciudad llevados hasta un extremo extenuante. Cuando nos acercábamos al climax después de envolvernos en el ambiente con los blocos (carnavales de calle) decidimos marcharnos a vivir el Carnaval en Sao Paulo.

Sao Paulo tiene dimensiones nacionales. Es un país de rascacielos y barrios de casas humildes que se extiende sin descanso por el horizonte. Cuesta imaginar desde lo alto del rascacielos más famoso de la ciudad que Sao Paulo tiene fin, que en algún lugar, esta selva de hormigón dejará espacio a llanuras cubiertas de vegetación.

Los mendigos, en otras ciudades replegados en sus guetos de miseria, viven en pleno centro de Sao Paulo, tumbados sobre cartones o sobre la propia acera, algunos con terribles heridas en proceso de cicatrización que se mezclan con la contaminación y golpean con su aire a semiputrefacción las fosas nasales.

Los edificios del centro, en la tercera edad de la arquitectura civil, están pintarrajeados en lugares imposibles contribuyendo a dar una imagen sucia y hostil de la ciudad, que sin embargo tiene un Carnaval que, pese a la falta de experiencia propia para poder asegurarlo, puedo arriesgarme a afirmar que no tiene nada que envidiar al de Rio.

Treintamil espectadores entregados, más de quinientos metros de pista en el sambódromo, siete escuelas de samba con una media de cuatro mil participantes cada una, miles de decibelios correctamente repartidos, un anno de preparación y mucha imaginación en carrozas, disfraces, música y letra hicieron de asistir a este espectáculo uno de los momentos más gratos y sorprendentes del viaje.

Cada escuela desfila por la pista durante una hora y cinco minutos y en ese tiempo escenifica un tema, llamado enredo, sirviéndose de miles de pequennos detalles que podrían agruparse en el ritmo de la samba, la letra, los bailes, los gestos, los disfraces y la decoración de las carrozas.

El enorme ejército que desfila se divide a su vez en alas (unas 25 cada escuela), que se disfrazan de manera homogénea. La sucesión de alas, una detrás de la otra sólo separadas por las carrozas convierte la pista del sambódromo en un río de remolinos de colores agitados por la cadencia poderosa de la batería, que es el conjunto de músicos que imprimen el ritmo de la escuela y van secundados por el coro, que canta sin desmayo la letra de la canción y que al cabo de una hora, está más que memorizada en la cabeza, para posteriormente, olvidarse de ella cuando entre en acción la siguiente escuela.

Las carrozas son edificios empujados por un grupo de fortachones que representan con su decoración diversos aspectos del enredo. Desde altísimas plataformas, las bailarinas mueve sus piernas al ritmo endiablado que un trilero mueve sus manos escondiendo la pelotita de los ojos. Periódicamente, las carrozas lanzan a la noche bocanadas de humo y de confeti por sus chimeneas para el delirio de los aficionados de la escuela. Algunos de ellos se llegan hasta a tennir el pelo con los colores de la escuela de sus amores, ya que estas hinchadas se parecen mucho a las de los equipos de fútbol. Yo me hice incondicional de Rosas de Ouro, que tenía la ´bancada´ más animada y repartió miles de globos azules y rosas entre el público y recibió a los suyos con botes de humo y bengalas de estos colores.

Carnaval es también sinónimo de competición y las escuelas pugnan por seducir al jurado, que tiene en cuenta todos los factores antes sennalados así como la originalidad del enredo, su representación clara y concisa, la harmonía del conjunto y otros muchos más. La escuela vencedora gana prestigio y probablemente también patrocinadores para el anno siguiente, aunque yo no noté diferencias materiales entre las escuelas, que cuentan todas con un impresionante despliege de medios a su disposición.

Rio es el ventanal desde el que el turismo mundial ve a Brasil, pero el Carnaval es un fenómeno nacional tan fuerte y arraigado en el país que casi en cualquier lugar se puede disfrutar de este festival de colorido y diversión. Lástima que uno no se pueda multiplicar y estar en diversas ciudades al mismo tiempo.

Pablo

lunes, 2 de febrero de 2009

Con prisas y sin inspiración

Ouro Preto, Brasil, 2 de febrero de 2009

Hoy pretendía reencontrarme con vosotros, pacientes seguidores del blog, haciendo un balance lejano del casi mes y medio que pasamos en Colombia, sin duda uno de los países que han dejado un impacto más positivo en el viaje. Sin embargo, no encuentro ni la inspiración ni las fuerzas para escribir algo decente. Esto es, por desgracia, una constante de los últimos tiempos que me ha llevado a posponer las entradas en el blog y a reducir mucho mi atención a él.

Hoy, no obstante, no quiero dejar la página en blanco, veo que os aburrís tanto de esperar una nueva entrada que el jueguecito del comentario anónimo ha tomado dimensiones de atención exorbitantes.

El pasado 17 enero se cumplieron 10 meses desde que empecé el viaje y, echando la vista atrás, una de las cosas que más han cambiado desde entonces es el ritmo del viaje, que ha pasado de ir en primera o segunda, a meter quinta y acelerar al máximo. He pasado de no tener planificado cuál será la próxima ciudad en visitar a tener programadas las 3 o 4 siguientes, y de no poner fecha ni mes de regreso a tenerlo ya fijado (abril).

Si Venezuela se recorrió en dos semanas eludiendo las playas, uno de sus grandes atractivos, y pasando de puntillas por Caracas, en donde apenas nos quedamos 3 días, fue por una combinación entre la prisa y el temor a la delincuencia, que se convierte en una obsesión asfixiante que no te deja dormir ni caminar tranquilo por la calle. El escozor del constante peligro, alimentado cada día en los periódicos y en los relatos de asesinatos, secuestros y robos que nos contaban indistintamente cada persona con la que conversábamos, se nos quitó al cruzar la frontera de Brasil.

Antes de cambiar de país y de idioma visitamos el Salto del Angel, en el Parque Nacional de Canaima, en el sur de Venezuela. La cascada más alta del mundo, con casi un kilómetro de caída vertical de agua desde lo alto de un inmenso tepui se situó de inmediato entre lo más bonito de Sudamérica. El viaje en avioneta hasta el Parque, las duchas bajo los abundantes torrentes de agua de las cascadas de la Laguna de Canaima (menores que el Salto del Angel pero también muy bonitas) y la agradable paz de la cabanna en la que dormíamos escuchando el rugir del agua en la laguna, endulzaron el amargo sabor de la inseguridad en Venezuela.

Quizá porque no tenía muy difícil superar a Venezuela, quizá por la alegría de sus gentes o por el último descubrimiento en hospedaje, el couchsurfing, Brasil nos está encantando. El couchsurfing es una viejo modelo de viajar que Carlos y yo desechamos en Buenos Aires al tener una mala experiencia. Consiste en localizar a través de internet a gente que ofrece sus casas para quedarse en ellas de manera gratuita. Es una forma de ahorrar dinero y de conocer nativos, normalmente gente enrollada, que te ensennan lo que no pone en los libros de viajes. De momento ya probamos en Boa Vista y en Brasilia y la experiencia fue positiva. Ahora, después de haber decidido saltarnos el nordeste brasileiro por imposibilidad de verlo todo (tomamos un avión de Manaos a Brasilia), estamos en Ouro Preto, un Cuzco brasileiro lleno de arquitectura colonial. Espero que sus calles empedradas y la magia la claridad de sus noches me devuelvan la inspiración.

Pablo

viernes, 9 de enero de 2009

Mitos venezolanos

Mèrida (Venezuela), 9 de enero de 2009

"Don`t go to Venezuela", nos dijo un viejo motero australiano mientras disfrutàbamos de nuestros ùltimos dìas en Colombia. El consejo, venìa a resumir todo lo que habìamos escuchado del paìs que màs adora a Simòn Bolìvar: delincuencia rampante, antipatìa de la poblaciòn, poco interès turìstico, peligro en cada esquina, precios disparados...

Con la angustia en la garganta, el calor tòrrido sobre nuestros cogotes empapados de sudor y los mùsculos contraidos por la estrechez del viejo autobùs destartalado, cruzamos la frontera de Venezuela. Detràs quedaba Colombia, un paìs que nos ha tratado muy bien y sobre el que deberè hablar en otra ocasiòn. Las despedidas, como siempre, dejan una pàtina de tristeza y nostalgia que no se borra hasta que uno se familiariza con el nuevo paìs de adopciòn.

Llegamos al primer control policial y con la tranquilidad de las actividades rutinarias un pasajero recolecta cinco bolìvares (un dòlar) por persona para "pagar un viaje express". Un eufemismo que hace referencia al soborno habitual a la policìa venezolana para que sus corruptos uniformados no registren el bus de arriba abajo y demoren el viaje hasta que el policìa de turno se canse de hacer esperar al pasaje. Las caras de aburrimiento de los pasajeros del bus contiguo son toda una advertencia de que la policìa es capaz de eso y mucho màs para completar su salario mensual.

Dos controles màs nos detienen camino de Maracaibo pero afortunadamente la primera colecta (y una anterior que habìan hecho sin que estuvièramos) son suficientes para saciar la desverguenza de la policìa del paìs que quiere liderar un cambio en Sudamèrica.

Sobre "La Revoluciòn Bolivariana", el presidente Chàvez ha hablado mucho, pero nadie sabe exactamente lo que es ni lo que significa. Su gestiòn tiene sus defensores y detractores, pero en las calles de Maracaibo se percibe un clima de ebulliciòn propagandìstica: muchos muros estàn aùn tapizados con las caras de los aspirantes a gobernador del estado de La Zulia, el màs rico del paìs, y en el que venciò la oposiciòn, y un enorme cartel con inevitable sabor cubano "Socialismo, patria o muerte" corona las torres de PDVSA, la empresa petrolera propiedad del estado. Venevisòn, el ùnico canal cuya señal es màs o menos aceptable en el lùgubre motel en el que no hemos tenido màs remedio que refugiarnos en Maracaibo emite sin cesar anuncios favorables a la enmienda constitucional de Chàvez para poder ser reelegido indefinidamente.

Venezuela tiene mucho de Cuba y Chàvez un pasado militar y golpista como el de Fidel. Las alusiones a la "Revoluciòn" nos asombran a cada paso. Parece que en cualquier momento un terremoto revolucionario de desenlace incierto va a arrasar con todo. Reliquias del automovilismo circulan por las calles como en La Habana aunque estos modelos de los años 70 y 80 estàn lejos de parecer nuevos como en la capital cubana. El ataque constante del sol, los abollones y demàs desperfectos corroen la carrocerìa de estos mastodontes de la carretera de ocho cilindros que tragan màs gasolina que agua los sedientos transeùntes. A cuatro bolìvares los cuarenta litros tampoco es un grave problema para el bolsillo de los conductores. (Echè un càlculo y aproximadamente, con el dinero que en España se compra un litro de gasolina, en Venezuela te llevas sesenta o setenta).

Si Cuba representa un extremo, lògicamente Estados Unidos es el otro, y el odiado vecino norteamèricano provee varias de las piezas que forman el puzzle venezolano. Aquì el fùtbol no interesa. El deporte rey es el bèisbol, y aunque no he conseguido entender las reglas, que me explicaron con difusa precisiòn, este deporte copa todas las televisiones todas las tardes. Parece que jugasen partidos a diario. El segundo tampoco es el fùtbol, sino el baloncesto, y me pregunto si hay alguna relaciòn entre la abundante cantidad de obesos y la proliferaciòn de McDonald`s, que sòlo habìa visto en Sudamèrica en algùn centro comercial. Ademàs, Estados Unidos es el principal destinatario del petròleo venezolano.

Pasada casi una semana desde que llegamos a Venezuela, alguno de los mitos o temores han caìdo. Obviamente, los venezolanos no son antipàticos, hay de todo como en todos sitios, y extremando la seguridad no hemos tenido ningùn susto. El cambio de dòlares ademàs, ha sido muy fructìfero, ya que a 5 bolìvares por dòlar en el mercado negro los precios de Venezuela se asemejan mucho a los de Colombia, y la sensaciòn de desconcierto ya ha pasado. Curioso lo del mercado negro, que compra los dòlares al doble de lo establecido en el mercado debido a la ausencia de dòlares en el paìs y la desconfianza hacia el bolìvar.

El pròximo destino es Caracas, la temible capital del crimen. Esperemos desmontar, aunque sea sòlo a tìtulo personal, este nuevo mito.

Pablo