miércoles, 30 de abril de 2008

Felicidades Viejos

El Calafate, Argentina, 26 de abril de 2008

Cuando Carlos transcriba estas palabras yo estaré deambulando por Torres del Paine, en Chile. Nuria estará a cientos o quizá un millar de kilómetros más al norte, en Santiago, y Tuchi en Las Palmas, más cerca de Africa que de la península. Vosotros en casa, en Madrid, con Nadira como hija suplente a falta de los hijos oficiales.

Cada uno en un rincón del mundo construyendo su vida a su manera mientras vosotros celebráis en solitario 25 años juntos. Una fecha especial, un aniversario único que merecía cuanto menos un abrazo de vuestros hijos, que vuelan de casa en cuanto tienen la oportunidad.

Creo que esta especie de pasión febril por salir de casa, por conocer lugares distintos, gentes diferentes y por ponernos a prueba en situaciones novedosas tiene su origen en la libertad que nos habéis proporcionado y en la confianza sin fisuras que siempre nos habéis ofrecido.

La consecuencia más evidente es que veinticinco años después de casados os encontráis ante una celebración muy al estilo Ramírez Pérez: desangelada y pasotista. Sin embargo, bajo esta superficie de desidia, y creo hablar por los tres, hay una profunda gratitud por ser como sois, por habernos educado como lo habéis hecho y por estar siempre ahi transcendiendo fronteras y espacios físicos.

Por todo ello, os doy las gracias y os envío un fuerte abrazo.

Felicidades.

Pablo

martes, 29 de abril de 2008

Dando la cara

Bariloche, Argentina, 29 de abril de 2008

Voy a dar la cara! no puedo ocultarme trás las palabras de Pablo: Si!! me cague de miedo cuando me dijeron que Torres del Paine está lleno de ratones. Animalillos simpáticos que no sólo te roban la comida sino que también juguetean corriendo por tu espalda cuando duermes, según nos contaba un chico francés que había estado allí sólo una semana antes. No me sentía preparado para esos jueguecitos. Otra chica decía que hasta los había visto saltando para intentar alcanzar las bolsas de comida colgadas en las ramas de los árboles, aseguraba que a menos de un metro eran capaces de cogerlas. Se creó en mi cabeza una imagen de un super ratón que aún veo por las noches.

Mi descanso en Bariloche me ha permitido ponerme al día con mis obligaciones fotográficas, llamémoslo obligaciones para que no parezca que estamos aqui de vacaciones. He decorado la última crónica de Pablo, aunque la mayoría ya la hubierais leído, y he completado la colección de fotos con dos nuevos álbumes. Se que algunos ya os habíais dado cuenta, muchas gracias no sólo por los comentarios sino por el interés de entrar constantemente con la esperanza de encontrar cosas nuevas.

Un bezillo.

Carlos

sábado, 26 de abril de 2008

Lluvias, glaciares, montañas y ratones

El Calafate, Argentina, 26 de abril de 2008

He tomado momentáneamente el testigo de Carlos y tengo la intención de relatar, sin demasiadas florituras ni romperme mucho la cabeza, lo que ha sido de nosotros desde Ushuaia. Sé que a Pacheta le encantan mis divagaciones, pero esta vez me voy a limitar a describir una parte de lo que hemos hecho y visto. Antes de empezar, quiero agradecer a Jozze la corrección con respecto a la Avenida 9 de Julio, no 18 de Julio. Realmente no sé ni en qué día vivo; con que como para acordarme de las fechas de las calles…

Ushuaia, capital de la Tierra de Fuego, es una ciudad en los remotos confines continentales. Aislada de la propia Argentina, uno tiene la sensación de estar más cerca de la Antártida que del país al que pertenece. Numerosos carteles te recuerdan que estás en el fin del mundo, y los nombres de las calles y otros letreros, hacen alusión a las Malvinas, no muy alejadas, y de su condición de “argentinas para siempre”. Para llegar a esta ciudad, que se desarrolló a primeros de S.XX bajo el impulso de un centro penitenciario para reincidentes, hace falta cruzar la frontera con Chile, atravesar en barco el temible Estrecho de Magallanes y soportar muchos kilómetros de traquetreo por carreteras de ripio (sin asfaltar).

Hicimos dos excursiones por los alrededores, y en la primera, camino del glaciar Le Martiel, tuvimos que rendirnos a la evidencia de que habíamos llegado un poco tarde. La nieve nos llegaba por las rodillas mientras ascendíamos por la ladera de una de las montañas que resguardan Ushuaia de los temibles vientos antárticos y era imposible seguir caminando. Frío intenso, pies y piernas húmedos, manos de cristal y los mocos cayéndose de la nariz. Ciertamente no era la más agradable de las sensaciones, pero la vista sobrecogedoras del Canal de Beagle; los tejados de chapa de las coquetas casitas de la ciudad y las montañas chilenas al otro lado del canal cubiertas de nieve y levemente difuminadas por las nubes pagaron con creces la aventura.

La calidez del hostal Patagonia País, un sitio “muy buena onda”, nos reconfortó de las penurias climáticas. Apenas unos ¿cinco? días antes nos paseábamos en chanclas y pantalones cortos por Buenos Aires y Montevideo. El cambio de coches, contaminación y ajetreo por el de naturaleza majestuosa y brisas heladoras fue tan drástico como atractivo. Antes de marcharnos (estuvimos aproximadamente una semana), hicimos otra excursión, esta vez por el Parque Nacional de Tierra del Fuego y las últimas cuatro horas de excursión fueron bajo una intensa lluvia. Antes de ir al Parque, uno se pregunta si merece la pena pagar 30 pesos por ver montañas, el Canal de Beagle o los tonos ocres de las lengas y ñires. Al fin y al cabo, esto mismo está en Ushuaia, a unos 15 kilómetros, y es gratis. Son los mismos ingredientes, pero el plato es muy distinto. El Parque Nacional es de una belleza exuberante e incluso la incansable lluvia sazonó de toques fantasmagóricos y de difusos velos acuosos el horizonte.

Esta fructífera inversión de 30 pesos nos hizo considerar en serio el consejo de El Viajero Austral de ir en barco hasta el Faro del Fin del Mundo, situado en una de las zonas más peligrosas del mundo para la navegación, ya que las fuertes corrientes y el desnivel entre los Océanos Atlántico y Pacífico han causado muchos naufragios en esa zona, adonde, según se dice también, muchos empresarios mandaron sus barcos a encallar para cobrar el seguro en la época en la que el motor de vapor dejó obsoletas las embarcaciones a vela, con lo que, enviarlas a su hundimiento cerca de aquellas costas, proporcionaba una indemnización que servía para financiar una moderna flota. Finalmente, tuvimos que desechar esa opción, aunque agradecemos de todo corazón al Viajero Austral sus consejos, pero 110 dólares es demasiado para nuestras posibilidades.

Después de Ushuaia nos fuimos a El Calafate, una ciudad hecha por y para el turismo y que dicen, sus dueños son ni más ni menos que los Kichner, Néstor y Cristina, ex presidente y presidenta actual de Argentina respectivamente. Visitamos el sur del Parque Nacional de los Glaciares, y quedamos impresionados por la majestuosidad de estas gigantescas masas de hielo perpetuo. A los glaciares Upsala, Spegazzini y Onelli fuimos en catamarán, un barco rápido y elegante junto a cientos de turistas, la mayoría argentinos rondando la jubilación, que nos contaron entre glaciar y glaciar muchas anécdotas y nos narraban con todo lujo de detalles en qué parte de España estaba su familiar Fulanito y a dónde fueron cuando visitaron España en la época en la que un peso equivalía a un dólar. Creo que me saqué un curso avanzado de fotografía en aquel viaje, porque a cada minuto alguien te pilla por banda para que le saques una foto. Uno de los momentos más “turísticos” del paseo es cuando suben a cubierta un buen pedazo de hielo de alguno de los cientos de témpanos o icebergs que pululan frente a los glaciares, lo rompen, y sirven whiskys a precios turísticos en vasos coronados por trozos de hielo natural.

Después del paseo por los glaciares, tan frío como suena debido al viento gélido del Lago Argentino, fuimos al más popular de los glaciares: el Perito Moreno, otro enorme muro de hielo. Una amplia lengua de tonos blancos y azulados que desciende suavemente desde lejanas montañas y que se detiene a escasos cien metros de las pasarelas para los visitantes, desde donde se puede contemplar, a distintas alturas, la superficie rugosa de sus paredes y sus afilados bloques; enormes cuchillos de los que de vez en cuando se desprende algún pedazo que quiebra con su crujido el silencio del lugar.

En El Calafate permanecimos una semana porque después de la última excursión de Ushuaia tuve molestias en el tendón de Aquiles y nos quedamos para que me recuperase. Cambiamos de hostal porque el que estábamos era aburrido y nos mudamos al Ikeuken, en donde estaba gente que conocimos en Ushuaia. Allí pasamos unos días “rollo descanso” disfrutando de la lectura y de tumbarnos en el banco de la entrada mientras tomábamos el sol, que estaba decidido a salir sólo cuando no teníamos que visitar nada. Los asados para cenar (uno en Ushuaia y otro aquí), sirven para incentivar el ambiente de camaradería entre backpackers, que se cuentan su vida mientras degustan carne. En los preparativos previos todo el mundo colabora: uno o dos cocinan, unos pocos ayudan y el resto disimula.

Una vez recuperado (o casi recuperado del pie), nos fuimos a El Chaltén, un pequeño pueblo fundado en 1985 para consolidar la soberanía argentina sobre el Parque Nacional de los Glaciares. Se le considera la “capital nacional del trekking”, aunque sospechamos que este título honorífico se lo han otorgado porque hay que darle cancha al pueblo y de esta forma, los montañeros o turistas-excursionistas van para allá. De todas formas, nosotros fuimos y nos gustó. El pueblo en sí es de unas condiciones bastantes precarias de vida. Calles sin asfaltar, ausencia de servicios cloacales por lo que el papel higiénico había que tirarlo a la papelera (¡buaj, qué asco!) y además, hay que esperar a que el camión lleve la comida (no sé cuántas, pero pocas veces a la semana). Hacer la compra se convirtió en una tarea muy complicada. Multitud de estanterías al desnudo y nula variedad alimenticia. El resultado: pues a hacer malabarismos para llenar los bocadillos para las excursiones y a cenar arroz por la noche. Carlos siguió la pauta de racionamiento muy rigurosamente porque bebió agua de una laguna (ponía agua potable) y el estómago se vengó de su osadía, por lo que estuvo haciendo excursiones al borde de la desnutrición, a pesar de que decía que no tenía hambre.

Hay unas cuantas excursiones para hacer por aquí, pero nos aconsejaron dos: a la laguna Torre y a la laguna de los Tres. Para esta segunda, nos levantamos a las seis de la mañana para ver amanecer desde la laguna Capri (de la que bebió Carlos), desde donde se contempla el Cerro Fitz Roy, que es a El Chaltén lo que la Torre Eiffel a París o el Coliseo a Roma. Su emblema, su signo de distinción y su mayor atracción. En pocos minutos dejó de percibirse la pálida luz de la luna. Los primeros rayos del alba impactaron de lleno en la formidable masa rocosa del Fitz Roy y su enorme atalaya se llenó de luz mientras al otro lado, en el este, las nubes se teñían de tonos anaranjados en perfecta armonía con la de las copas de los árboles que pueblan el valle. Hacía un fresquito otoñal pero se estaba a gusto. Al menos yo, espanzurrado sobre una gran raíz de un árbol, más cómoda que alguna de las camas en las que he dormido, porque Carlos estaba ansioso por encontrar el enfoque perfecto, el estallido supremo del amanecer y porque las finas nubes se marchasen de la cumbre del Fitz Roy. Al final, llegó a la conclusión de que la laguna Capri no era el sitio idóneo para ver el amanecer pero tiene alguna foto chula. Ya la pondrá.

Ahora estamos de nuevo en El Calafate, en nuestro cuartel general del Ikeuken, con cada vez menos mochileros pero con los mismos recepcionistas, a los que les debe encantar trabajar, porque se pasan aquí un montón de horas. A veces hay hasta cuatro de ellos cuando con uno solo el trabajo estaría más que completo. Teníamos previsto ir mañana a Torres del Paine, un parque nacional en Chile, pero al final sólo voy a ir yo y Carlos se marcha a Bariloche. La razón: un francés nos corroboró el rumor de que en Torres del Paine esta infestado de ratones y aparentemente es tan inevitable como que anochezca el que hagan agujeros en la tienda de campaña y correteen por tu espalda mientras duermes. Carlos tiene pánico a los animales y más concretamente a ratones y gatos y no quiere pasar este mal trago a pesar de las fervientes recomendaciones acera de las maravillas de Torres del Paine, una de ellas, la de El Viajero Austral, que lo definió como “el lugar más bonito del mundo”, por lo que hemos decidido que iré yo y él me espera en Bariloche.

Pablo

jueves, 17 de abril de 2008

Buenos Aires

Debido a las confusiones creadas, he de decir que estamos en El Calafate, en la Patagonia, pero tenía ganas de esribir algo sobre Buenos Aires en plan recesión mental. Por lo demás, hemos visitado varios glaciares, entre ellos el famoso Perito Moreno y ahora estamos en plan tranqui porque me hice daño en el pie en una excursión y estamos descansando hasta que me recupere y poder así continuar con las excursiones. Carlos contará más acerca de todo esto. Ciau a todos!

El Calafate, Argentina, 17 de abril de 2008

Sólo el débil susurro de los libros de historia recuerda el pasado gregario de Buenos Aires. En 1536 Pedro de Mendoza fundó la actual capital de la Argentina con el propósito de servir de asentamiento para explorar el Río Paraná que, según los cálculos de los conquistadores, podía ofrecer una conexión entre el Océano Atlántico y las enormes riquezas del Perú. Una vía directa y segura para abastecer a la metrópoli de metales preciosos.

Hoy, Buenos Aires es el faro orgulloso que proyecta sus claroscuros sobre el vasto territorio argentino. El paraíso soñado de centenares de miles de europeos, en su mayoría españoles e italianos, que se embarcaron desde finales del S.XIX hasta mediados del S.XX para encontrar en esta ciudad la puerta al bienestar que representaba la Argentina. El símbolo de hormigón y vitalidad de un país con tendencia a la mitificación: Carlos Gardel, Evita Perón, Diego Armando Maradona son junto al Che Guevara los exponentes argentinos del siglo pasado. Tres personajes nacidos o adoptados por la capital que, como ellos, conjuga grandes dosis de talento con patente zafiedad, pero que recoge mejor que ningún otro lugar la esencia de Argentina.

Buenos Aires es como un sorbo de mate. Amargo al principio pero adictivo al final. Cada día, al caer la noche, centenares de cirujas (traperos) se desplazan al centro de la ciudad desde las villas o poblados de chabolas de los suburbios para recoger de entre la basura vidrios, plásticos o cartones que después venden a las plantas de reciclaje. La suciedad se desperdiga por las aceras y la contaminación del centro asfixia a los transeúntes, que se mueven apresurados por el cuadriculado mapa de la ciudad, formado por una sucesión casi infinita de calles paralelas y transversales.

Sin embargo, no sería justo medir su belleza por los desperdicios de sus calles ni por la mediana calidad arquitectónica de sus monumentos. Buenos Aires rezuma vida: enérgica, caótica, imprevisible... en cualquier rincón el paseante puede empaparse de la pasión contenida de un tango, saborear la mejor carne del mundo a precios irrisorios o tomar el pulso de la sociedad argentina en alguno de los numerosos piquetes que se forman ante la Casa Rosada o simplemente, intercambiar unas palabras con algún porteño, que a pesar de su fama de secos en el interior, con nosotros siempre se mostraron amables y dicharacheros.

Ambiente bohemio en Palermo, elegancia francesa en la Recoleta, humildad pintada de llamativos colores en la Boca, ruido de cláxones en la avenida 9 de Julio, la más ancha del mundo... Buenos Aires tiene mil caras; sólo hace falta tiempo para explorarlas y una mirada crítica que no se estanque en la superficie marrón y sucia del Río de la Plata sino que se adentre en la fuerte personalidad de esta megalópolis.

Pablo

lunes, 14 de abril de 2008

En la cresta de la ola tecnológica

Ushuaia (Argentina), 14 de marzo de 2008

Para que veais que la interactuación entre los lectores y los escritores, entre vosotros y nosotros, es plena, hemos atendido a vuestras quejas y hemos suprimido la necesidad de registrarse. Ahora lo que teneis que hacer para poder dejar un comentario es lo siguiente:

- Cuando pone elegir una identidad teneis que pinchar en Nombre/URL o en Anónimo, mejor en Nombre y así sabremos quien es el que firma. De esta forma no os pedirá que os registreis. Lo hemos probado y funciona, si alguno sigue teniendo problemas que nos lo comunique y hablaremos con nuestro servicio técnico.

Por otro lado, también hemos escuchado las voces que clamaban a gritos que pusieramos más fotos en el blog. En el blog no se pueden poner más fotos porque se satura y nos cierran el blog, por eso hemos abierto otra cuenta distinta en donde las colgaremos. Pondremos el enlace a las fotos en el margen derecho del blog y procuraremos avisar cuando lo vayamos actualizando. De todas maneras aqui os pongo también el enlace para que podais acceder de forma inmediata:

http://www.flickr.com/photos/25182350@N06/collections/

- Una vez entreis sólo teneis que pinchar en el mosaico de fotos y accedereis a los álbumes en donde encontrareis, en cada uno, las correspondientes fotos.

Igualmente, si alguien tiene problemas para verlas que nos lo haga saber para procurar solucionarlo.

Sin más nos despedimos hasta la proxima que será en latitudes más calurosas porque volvemos a la carretera rumbo a El Calafate, aún seguiremos pasando frío.

Carlos

miércoles, 9 de abril de 2008

Cuando la vida en el autobús se convierte en rutina

Ushuaia (Argentina), 9 de abril de 2008

No penseis que hemos decidido abandonar el blog por la escasez de comentarios recibidos, es que hemos decidido viajar hasta el fin del mundo y, aunque el esfuerzo ha merecido la pena, toda aventura tiene su precio, hemos tenido que sufrir la friolera de 59 horas de autobús en dos tandas para recorrer los casi 4.000 km que separan Montevideo de Ushuaia.

Vamos por partes, la semana pasada nos despertamos en un ferry que atracaba en el puerto de Colonia, Uruguay, patrimonio histórico. Un pueblo con grandes vistas al Río de la Plata y algunas calles curiosas empedradas a las que nos enfrentamos en nuestras dos maquinotas, dos bicicletas cuidadosamente seleccionadas entre las 10 mierdecillas que guardaba el hostel de las que lo mejor que podemos decir es que eran de un color azulado parecido al mar, fue la primera vez que vimos una bicicleta con los pedales casi en paralelo. Ya se sabe la debilidad que sentimos por estos trastos y al verlas no pudimos resistirnos.

Al día siguiente nos montamos en el autobús camino de Montevideo, una ciudad con muy pocos encantos, edificios normalmente con aspecto muy triste, con muy poca gente en las calles y con grandes diferencias sociales de un barrio a otro. Nos llamó mucho la atención la cantidad de gente que iban recogiendo basura por las calles con caballos, la acumulaban en inmensas bolsas que en algunas ocasiones el animal, escuálido, a penas podía arrastrar.

Para los que se reían de nosotros la primera semana deben saber que fuimos víctimas de un timo frustrado, aunque debemos reconocer que el fracaso de la operación fue más demérito del timador que mérito nuestro.

Pretendía vendernos unas entradas para un partido de fútbol clasificatorio para el mundial de Sudáfrica 2010, era el gran partido, el que decidiría quién iría al Mundial, Uruguay o Argentina, una vez que las dos primeras plazas ya habían sido repartidas, una clasificación que se jugaba al mejor de tres partidos y no sé cuántos disparates más.

En el hostel donde estuvimos no sólo conocimos al niño adicto al ordenador, sino también a un alemán que viajaba con su novia pero me ponía ojitos. Este nos recomendó nuevos destinos y, cómo no íbamos a hacerle caso con esa dulce mirada!! así que sin pensarlo empaquetamos las cosas y nos enfrascamos en la aventura, en 29 horas pasamos de los edificios de hormigón de Montevideo a las playas repletas de leones marinos, pinguinos y leones marinos de Puerto Madryn, pasando por las infinitas explanadas de la Pampa argentina regentadas por deliciosos asados, digo, vacas.


Lo más importante de Puerto Madryn es su increíble fauna. Es como en un zoológico pero resulta que los animales se encuentran en su hábitat natural. Intensas excursiones a la Península Valdés permiten acercarse a las focas, pinguinos y nos aseguraron que, según la época, también se pueden encontrar orcas, ballenas y delfines, pero no tuvimos suerte.

De nuevo, no pudimos controlar nuestros instintos y volvimos a alquilar unas bicicletas. Esta vez invertimos más dinero y pudimos llegar más lejos, hicimos una ruta de 35 kilómetros luchando contra el viento en la que echamos de menos los bocatas que no nos dieron en el bus.

Una vez recuperamos las fuerzas y, dado que la ciudad tampoco nos aportaba mucho más, atendimos a las recomendaciones de una pareja de uruguayos y allá nos fuimos al fin del mundo. Sólo tardamos 30 horas en un autobús que lejos de parecer un hotel como el primero que cogimos, parecía un simple autobús.

El viaje fue bastante malo, por momentos pasamos bastante miedo. Había ráfagas de viento fortísimas pero eso no amilanaba las ganas del conductos por batir los tiempos de Fernando Alonso, qué distinta se ve la carrera desde dentro del bólido.

En Río Gallegos hicimos escala y cambiamos de autobús y de clase social. Este nuevo bus era el hermano pobre del anterir pero estaba muy bien decorado por unas verjas que lo convertían en un auténtico bus antidisturbios. La razón de esta aparatosa decoración era una pequeña sorpresita que nos tenían preparada: el viaje transcurría durante unos cientos de kilómetros por un camino de piedras no asfaltado. Se ve que no mucha gente quiere ir al fin del mundo. La piedras del camino saltaban y golpeaban el autobús como si nos estuvieran atacando.

El viaje se hizo duro y el pobre autobús decidió no continuar con nosotros; nos dejó tirados llegando a Río Grande. Tuvo el detalle de estropearse en la ciudad por lo que el rescate resultó inmediato.

Finalmente llegamos a Ushuaia, capital de la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e islas del Atlántico Sur. El viaje mereció la pena; una pequeña ciudad rodeada de montañas por un lado y de mar por el otro, un lugar propicio para caminar por el monte y descubrir lagos, glaciares y un gran Parque Nacional. Nos vamos a hartar a excursiones!!

Carlos

martes, 1 de abril de 2008

Hostels

Montevideo, 1 de abril de 2008

Pensad un momento. ¿Cómo imagináis vuestra vida ideal?. Con toda seguridad, habrá tantas respuestas como personas se planteen esta pregunta. También es probable que en la respuesta se incluya algún bien material de esos que no dan la felicidad pero de los que, se dice, ayudan a construirla. De entre ellos, apostaría mi ropa interior limpia a que, poseer una bonita casa, confortable, amplia y cálida forma parte de los sueños de todos.

Pues desde hace dos semanas no tenemos una casa sino muchas, y nos duran una media de 3 o 4 días. Cuando nos cansamos de una, pues recogemos nuestros bártulos y nos marchamos a otra. Así de fácil, así de cómodo y de incómodo. Empezaré por el principio y para que no haya confusiones, llamaremos a nuestras casas “hostel” u “hostal”.

El primero se llamaba ”End of the World” y lo elegí por la sencilla razón de que era el peor considerado de una lista de unos 30 hostales de Buenos Aires. “Si en el viaje va a haber que pasar penurias, mejor acostumbrarse desde el inicio”, fue mi razonamiento. Este hostal estaba situado en la frontera que divide los barrios de San Telmo con La Boca y en su fachada, un cartel alardeaba del ilustre pasado de aquel lugar, que como indicaba en letras bien grandes, había sido frecuentado en el siglo XIX por prostitutas y ladrones. A inicios de siglo XXI, o al menos en las cuatro noches que pasamos en él, no quedaban prostitutas, pero el rastro de los ladrones seguía presente. Un compañero de habitación fantasma se llevó mis chanclas y los cargadores del MP3 y del móvil de Carlos. A cambio, ya que este ladrón tenía un estilo peculiar de robar, nos dejó unos cuarenta rollos de papel higiénico. Todo un Robin Hood. Roba a unos lo que considera que les sobra y les da en compensación lo que cree acertadamente que les falta.

El ”End of the World” fue un primer contacto brutal con Sudamérica. Su mala fama estaba plenamente justificada: las literas se apiñaban en pequeñas habitaciones, los colchones parecían sacados de los basureros, los baños estaban perpetuamente sucios, la oscuridad daba un toque funesto al lugar apenas atenuado por los alegres colores con que habían pintado puertas, ventanas y paredes, que imitaban con esta explosión cromática las viviendas de marineros del barrio de La Boca. Sus tejados de chapa también se asemejaban a los de las humildes casas del barrio donde se asentaron los inmigrantes italianos, y la lluvia se colaba por el espacio que había entre el muro, que llegaba sólo hasta la primera planta, y el tejado, de modo que los pasillos de la segunda y tercera planta y la sala de estar, situada en la primera, se mojaban irremisiblemente cuando llovía. El aire también entraba por esa enorme abertura, pero servía para aliviar el calor sofocante y para ventilar la cocina, de la que de vez en cuando emanaba un inquietante tufillo a gas.

Otro cartel, tan cómico como el primero, rezaba: “Residencia de estudiantes”. ¿Resiqué?. “¿Pero quién puede estudiar en semejante lugar?”, pensamos al instante. Pues tenía razón. Un buen número de estudiantes argentinos y chilenos vivían en ese tugurio. Los numerosos requisitos que se exigen para poder alquilar un piso en Buenos Aires y las elevadas mensualidades les habían obligado a residir en el ”End of the World”, que detestaban de manera unánime pero que les ofrecía una jugosa oferta que su precaria economía no podía rechazar: al pagar el mes entero obtenían cinco días gratis.

Allí conocimos a personajes bastantes curiosos como un argentino de la Patagonia que se dedicaba a hacer tatuajes en su habitación para no pagar impuestos, un chileno que suponíamos que se ganaba la vida como camello, un cordobés )De Córdoba, Argentina), que trabajaba ayudando a escribir un libro de ciencia ficción a Piti Alvarez, una famosa estrella del rock argentino, un israelí que no se duchaba y que tampoco salía del hostel e hicimos también nuestros primeros amigos: un argentino, un mexicano y un escocés.

Este escocés, Scott, parecía un calamar dentro de un cocido. No nos dimos cuenta de ello hasta que llegamos a nuestro segundo hostel, el Milhouse, considerado por la página Hostelword.com como el más agradable de Buenos Aires. Vaya contraste. Habían desaparecido los clientes argentinos y chilenos y en su lugar se multiplicaban como champiñones los primos hermanos de Scott. A saber, ingleses, australianos e irlandeses. El idioma oficial del lugar era el inglés y uno no necesitaba ni salir de aquellos muros ni pensar por sí mismo para divertirse. El hostel lo hacía por ti. Ofrecía todos los días diversas actividades para visitar de manera guiada la ciudad a cambio de unos cuantos pesos, calderilla para los anglosajones, y también organizaba fiestas, ponía música en la espaciosa sala de estar e incluía en el precio “lockers” o jaulas en donde meter tu equipaje sin correr ningún riesgo, baños relucientes, desayuno generoso y papel higiénico suave y abundante.

También hay que reconocer que no todo eran comodidades. Como en el resto de los hostales, uno no se libraba de escapar de los ruidos. Cuando nuestras compañeras de habitación suecas o algún inglés borracho decidía de manera unilateral que ya no se dormía más y empezaba a cantar, hablar o remover bolsas de plástico, lo mejor era resignarse a la evidencia: ya se dormiría en otro momento. Cinco noches estuvimos en el Milhouse hasta que nos mudamos al Tango Backpackers, que como el Milhouse, pertenece a la cadena de International Hostelling de la que somos socios por 6 euros y nos ofrece descuentos además de que el sello de esta cadena asegura que los hostales cumplen con ciertas normas de calidad.

El Tango Backpackers no gozaba de las comodidades del anterior, pero sí contaba con una terracita muy mona en la que cenamos alguna vez después de que Carlos ejerciese de chef en la cocina. También ofrecía actividades a sus clientes para que no tuviesen que pensar mucho qué hacer, y en una ocasión llegaron dos argentinos para amenizar una velada: cantaron canciones típicas de los distintos países de Sudamérica y luego ofrecieron cajas, maracas y claves para hacer música entre todos, y me tocó salir al centro a bailar mientras los demás tocaban sus instrumentos. Debo reconocer que lo hice encantado pese a que también me dio un poco de verguenza.

En este hostal creo que estuvimos cuatro noches, y luego nos marchamos a Colonia, en Uruguay, que forma parte del patrimonio de la humanidad. El hostal era mucho más familiar que los anteriores, apenas una decena de clientes, un perro y un anciano senil que debió llevarse la alegría del siglo cuando su hermano montó el hostal, ya que aparentemente se pasaba por ahí todos los días para hablar con la gente. Nos contó sus miles de problemas de salud y trató por todos los medios de retener durante algunos minutos a alguna de las chicas que había, que huían de él en cuanto podían. Por la mañana nos dimos de nuevo de bruces con la fugacidad de la calma: el estruendoso retumbar de una máquina que parecía estar en el mismo centro de la habitación nos despertó de nuestros dulces sueños.

Hoy 1 de abril estamos en Montevideo en un hostal regentado por una familia, cómodo pero algo aburrido y nuestra principal preocupación es averiguar el lazo que une a la pareja de los que creemos que son los dueños con un niño gordo, que sospechamos que no es su hijo, y que no deja el ordenador ni a sol ni a sombra. Ahora, a la 1.30h de la mañana, mueve ansiosamente la silla para que me desespere y le deje de nuevo Internet. En fin, los típicos problemas de cada casa.

Pablo