miércoles, 19 de marzo de 2008

No tiene precio

Buenos Aires, 18 de marzo de 2008


Billete de autobús interurbano: 0,90 pesos. Matambre a la rusa: 12 pesos. Helado de chocolate patagónico: 6,5 pesos. Un litro de cerveza Quilmes: 2,5 pesos. Entrada a un concierto/batucada: 10 pesos. Una hora de conexión a internet: 1,5 pesos. Obra de teatro: 105 pesos. Equivalencia euro/peso: un euro, cinco pesos. Barato ¿no?.

A juzgar por el listado que acabamos de relatar podría inferirse que la cultura representa la principal prioridad de nuestra estancia en Buenos Aires; lamento reconocer que de momento no es así. Quizá se podría pensar que la diferencia en el gasto se debe a que teníamos marcada cierta pieza teatral que no podíamos dejar escapar; tampoco es el caso... Entonces, sin duda, un repentino impulso nos ha arrastrado a asistir a un brillante espectáculo y a gastarnos gustosamente la plata en él; verdad a medias.

La realidad es que el show ha tenido lugar y que ha sido magnífico, pero también es cierto que no se ha consultado a los espectadores (nosotros) si queríamos asistir a él. Como dijo el protagonista de la tragicomedia (porque el espectáculo es dramático y cómico a la par), un tal Manuel Antonio López, español de Pontevedra emigrado a Argentina en los años 50, "cuando buscas a alguien no lo encuentras, pero cuando no lo buscas, te encuentras con él". Eso es exactamente lo que nos pasó en nuestro primer día en la capital de Argentina.

La paradoja de llegar solo a un sitio es que enseguida conoces gente y esa gente, aconseja. "No paséis por zonas poco iluminadas por la noche", "no entréis en el barrio de Constitución", "no vayáis con la cámara de fotos colgando", son algunas de las advertencias de un largo listado para evitar ser carne de cañón del hampa porteña. La conclusión ante tanto catastrofismo es inevitable: "esto es peor que el Bronx y somos como dos caramelos colocados en la puerta de un colegio. Hay que eludir a toda costa a los maleantes".

Estas ideas flotan en la cabeza cuando nuestro protagonista Manuel Antonio entra en escena a pocas cuadras de la Casa Rosada, la sede del Gobierno Argentino. Es un hombre grueso y bajito con aspecto de recién jubilado. Percibe nuestra inexperiencia en las quinielas argentinas y muy amablemente nos explica su funcionamiento; en realidad, igual al de la española. Se percibe tensión y nerviosismo en sus gestos, desorientación en sus palabras y su cabeza parece haber entrado en la centrifugadora de la tercera edad. Parece solo y necesita desahogarse. Esa misma mañana, nos cuenta, recién llegado de Madrid, ha sufrido un atraco. A punta de pistola un hombre le ha robado la cartera y sólo le ha dejado el maletín, del que saca un folio con la denuncia. Entramos en un café y continúa su imparable monólogo. Habla de Galicia, de Madrid, de Mar de la Plata, la ciudad en la que se instaló hace más de 50 años y en la que hizo fortuna como propietario de un hotel. Charlamos de fútbol, de delincuencia y de mil anécdotas más. Su verborrea no tiene fin. Aburre y da lástima al mismo tiempo. Su situación es traumática: su socio llegará al día siguiente de Mar de la Plata para traérselo de vuelta a la "Marbella argentina", que es como define a su ciudad adoptiva.

Aquí hay algo que no encaja... si su socio llega a la mañana siguiente, ¿dónde va a pasar la noche sin un peso?, ¿qué va a cenar?. Una inevitable reacción de solidaridad se apodera de nosotros a pesar de que algún detalle de la historia tiembla como la mano asustada de Manuel Antonio. Rechaza nuestro primer ofrecimiento pero finalmente es él el que nos pide ayuda mientras se humedecen sus ojos cansados y brotan de ellos algunas lágrimas cargadas aún de pavor. Cien pesos es suficiente. Al final, nos pide cinco más para el transporte que nos devolverá al día siguiente en nuestro hostal.

Cuando lo dejamos, nuestras mente bloqueadas por la compasión se desperezan y reanudan su paso libres de sentimentalismos. La claridad de los focos nos deslumbra. La función ha terminado. "Muchas gracias y espero que hayan disfrutado del espectáculo", debía decir el bueno de Manuel Antonio en su camerino. Efectivamente, al abandonar nuestra butaca nos abstraemos de la ficción y volvemos a la realidad. ¡Olé por el actor¡. No hay hotel en Mar de la Plata, no nos va a invitar a pasar unos días en "la Marbella argentina" y menos aún nos va a devolver el dinero. El espectáculo final asciende a 105 pesos, que además, nos sirve para percatarnos de que Buenos Aires no es el Bronx. Conviene tener cuidado, como en todos los sitios, pero no te sacan una pistola a plena luz del día. Quizá darse cuenta de esto ha salido un poco caro, pero a fin de cuentras, el dinero, dinero es. El consejo de Tuchi "no te fíes de nadie", no tiene precio.

Pablo

4 comentarios:

. dijo...

jajajaja que gracia!!! la verdad, es toda una historia! y contada asi tiene mucha gracia! y supongo que os ha servido para abrir mas los ojos y no ser tan tolis!jijijij
cuidaos mucho!
besos coletas!

puly dijo...

Me ha encantado cómo os lo habeis tomado y cómo lo habeis contado.
De todo se aprende, y casi ha sido mejor ahora, ya q desde ahora estareís alerta. Un besazo muy fuerte.

Enrique dijo...

Muy buena la narración Pablito. Como tu libro sea igual de ameno espero que tardes poco en acabarlo. :-) Madre mía, ya pudo ser buena la actuación, porque encontrar dos tíos más viajados que vosotros y que os timen... A ver si gracias a esta 'anécdota'(sólo han sido 20€) os ponéis más alerta ante los desconocidos. Bueno, ánimo y ¡qué prosiga el viaje!

Cochinillo Potente dijo...

Hola Pablo: No me parece bien lo que ha hecho ese señor, pero vosotros no le teníais que haber dado tanto. Adios, que os lo paseis muy bien. Adios y muchos besos.