sábado, 26 de abril de 2008

Lluvias, glaciares, montañas y ratones

El Calafate, Argentina, 26 de abril de 2008

He tomado momentáneamente el testigo de Carlos y tengo la intención de relatar, sin demasiadas florituras ni romperme mucho la cabeza, lo que ha sido de nosotros desde Ushuaia. Sé que a Pacheta le encantan mis divagaciones, pero esta vez me voy a limitar a describir una parte de lo que hemos hecho y visto. Antes de empezar, quiero agradecer a Jozze la corrección con respecto a la Avenida 9 de Julio, no 18 de Julio. Realmente no sé ni en qué día vivo; con que como para acordarme de las fechas de las calles…

Ushuaia, capital de la Tierra de Fuego, es una ciudad en los remotos confines continentales. Aislada de la propia Argentina, uno tiene la sensación de estar más cerca de la Antártida que del país al que pertenece. Numerosos carteles te recuerdan que estás en el fin del mundo, y los nombres de las calles y otros letreros, hacen alusión a las Malvinas, no muy alejadas, y de su condición de “argentinas para siempre”. Para llegar a esta ciudad, que se desarrolló a primeros de S.XX bajo el impulso de un centro penitenciario para reincidentes, hace falta cruzar la frontera con Chile, atravesar en barco el temible Estrecho de Magallanes y soportar muchos kilómetros de traquetreo por carreteras de ripio (sin asfaltar).

Hicimos dos excursiones por los alrededores, y en la primera, camino del glaciar Le Martiel, tuvimos que rendirnos a la evidencia de que habíamos llegado un poco tarde. La nieve nos llegaba por las rodillas mientras ascendíamos por la ladera de una de las montañas que resguardan Ushuaia de los temibles vientos antárticos y era imposible seguir caminando. Frío intenso, pies y piernas húmedos, manos de cristal y los mocos cayéndose de la nariz. Ciertamente no era la más agradable de las sensaciones, pero la vista sobrecogedoras del Canal de Beagle; los tejados de chapa de las coquetas casitas de la ciudad y las montañas chilenas al otro lado del canal cubiertas de nieve y levemente difuminadas por las nubes pagaron con creces la aventura.

La calidez del hostal Patagonia País, un sitio “muy buena onda”, nos reconfortó de las penurias climáticas. Apenas unos ¿cinco? días antes nos paseábamos en chanclas y pantalones cortos por Buenos Aires y Montevideo. El cambio de coches, contaminación y ajetreo por el de naturaleza majestuosa y brisas heladoras fue tan drástico como atractivo. Antes de marcharnos (estuvimos aproximadamente una semana), hicimos otra excursión, esta vez por el Parque Nacional de Tierra del Fuego y las últimas cuatro horas de excursión fueron bajo una intensa lluvia. Antes de ir al Parque, uno se pregunta si merece la pena pagar 30 pesos por ver montañas, el Canal de Beagle o los tonos ocres de las lengas y ñires. Al fin y al cabo, esto mismo está en Ushuaia, a unos 15 kilómetros, y es gratis. Son los mismos ingredientes, pero el plato es muy distinto. El Parque Nacional es de una belleza exuberante e incluso la incansable lluvia sazonó de toques fantasmagóricos y de difusos velos acuosos el horizonte.

Esta fructífera inversión de 30 pesos nos hizo considerar en serio el consejo de El Viajero Austral de ir en barco hasta el Faro del Fin del Mundo, situado en una de las zonas más peligrosas del mundo para la navegación, ya que las fuertes corrientes y el desnivel entre los Océanos Atlántico y Pacífico han causado muchos naufragios en esa zona, adonde, según se dice también, muchos empresarios mandaron sus barcos a encallar para cobrar el seguro en la época en la que el motor de vapor dejó obsoletas las embarcaciones a vela, con lo que, enviarlas a su hundimiento cerca de aquellas costas, proporcionaba una indemnización que servía para financiar una moderna flota. Finalmente, tuvimos que desechar esa opción, aunque agradecemos de todo corazón al Viajero Austral sus consejos, pero 110 dólares es demasiado para nuestras posibilidades.

Después de Ushuaia nos fuimos a El Calafate, una ciudad hecha por y para el turismo y que dicen, sus dueños son ni más ni menos que los Kichner, Néstor y Cristina, ex presidente y presidenta actual de Argentina respectivamente. Visitamos el sur del Parque Nacional de los Glaciares, y quedamos impresionados por la majestuosidad de estas gigantescas masas de hielo perpetuo. A los glaciares Upsala, Spegazzini y Onelli fuimos en catamarán, un barco rápido y elegante junto a cientos de turistas, la mayoría argentinos rondando la jubilación, que nos contaron entre glaciar y glaciar muchas anécdotas y nos narraban con todo lujo de detalles en qué parte de España estaba su familiar Fulanito y a dónde fueron cuando visitaron España en la época en la que un peso equivalía a un dólar. Creo que me saqué un curso avanzado de fotografía en aquel viaje, porque a cada minuto alguien te pilla por banda para que le saques una foto. Uno de los momentos más “turísticos” del paseo es cuando suben a cubierta un buen pedazo de hielo de alguno de los cientos de témpanos o icebergs que pululan frente a los glaciares, lo rompen, y sirven whiskys a precios turísticos en vasos coronados por trozos de hielo natural.

Después del paseo por los glaciares, tan frío como suena debido al viento gélido del Lago Argentino, fuimos al más popular de los glaciares: el Perito Moreno, otro enorme muro de hielo. Una amplia lengua de tonos blancos y azulados que desciende suavemente desde lejanas montañas y que se detiene a escasos cien metros de las pasarelas para los visitantes, desde donde se puede contemplar, a distintas alturas, la superficie rugosa de sus paredes y sus afilados bloques; enormes cuchillos de los que de vez en cuando se desprende algún pedazo que quiebra con su crujido el silencio del lugar.

En El Calafate permanecimos una semana porque después de la última excursión de Ushuaia tuve molestias en el tendón de Aquiles y nos quedamos para que me recuperase. Cambiamos de hostal porque el que estábamos era aburrido y nos mudamos al Ikeuken, en donde estaba gente que conocimos en Ushuaia. Allí pasamos unos días “rollo descanso” disfrutando de la lectura y de tumbarnos en el banco de la entrada mientras tomábamos el sol, que estaba decidido a salir sólo cuando no teníamos que visitar nada. Los asados para cenar (uno en Ushuaia y otro aquí), sirven para incentivar el ambiente de camaradería entre backpackers, que se cuentan su vida mientras degustan carne. En los preparativos previos todo el mundo colabora: uno o dos cocinan, unos pocos ayudan y el resto disimula.

Una vez recuperado (o casi recuperado del pie), nos fuimos a El Chaltén, un pequeño pueblo fundado en 1985 para consolidar la soberanía argentina sobre el Parque Nacional de los Glaciares. Se le considera la “capital nacional del trekking”, aunque sospechamos que este título honorífico se lo han otorgado porque hay que darle cancha al pueblo y de esta forma, los montañeros o turistas-excursionistas van para allá. De todas formas, nosotros fuimos y nos gustó. El pueblo en sí es de unas condiciones bastantes precarias de vida. Calles sin asfaltar, ausencia de servicios cloacales por lo que el papel higiénico había que tirarlo a la papelera (¡buaj, qué asco!) y además, hay que esperar a que el camión lleve la comida (no sé cuántas, pero pocas veces a la semana). Hacer la compra se convirtió en una tarea muy complicada. Multitud de estanterías al desnudo y nula variedad alimenticia. El resultado: pues a hacer malabarismos para llenar los bocadillos para las excursiones y a cenar arroz por la noche. Carlos siguió la pauta de racionamiento muy rigurosamente porque bebió agua de una laguna (ponía agua potable) y el estómago se vengó de su osadía, por lo que estuvo haciendo excursiones al borde de la desnutrición, a pesar de que decía que no tenía hambre.

Hay unas cuantas excursiones para hacer por aquí, pero nos aconsejaron dos: a la laguna Torre y a la laguna de los Tres. Para esta segunda, nos levantamos a las seis de la mañana para ver amanecer desde la laguna Capri (de la que bebió Carlos), desde donde se contempla el Cerro Fitz Roy, que es a El Chaltén lo que la Torre Eiffel a París o el Coliseo a Roma. Su emblema, su signo de distinción y su mayor atracción. En pocos minutos dejó de percibirse la pálida luz de la luna. Los primeros rayos del alba impactaron de lleno en la formidable masa rocosa del Fitz Roy y su enorme atalaya se llenó de luz mientras al otro lado, en el este, las nubes se teñían de tonos anaranjados en perfecta armonía con la de las copas de los árboles que pueblan el valle. Hacía un fresquito otoñal pero se estaba a gusto. Al menos yo, espanzurrado sobre una gran raíz de un árbol, más cómoda que alguna de las camas en las que he dormido, porque Carlos estaba ansioso por encontrar el enfoque perfecto, el estallido supremo del amanecer y porque las finas nubes se marchasen de la cumbre del Fitz Roy. Al final, llegó a la conclusión de que la laguna Capri no era el sitio idóneo para ver el amanecer pero tiene alguna foto chula. Ya la pondrá.

Ahora estamos de nuevo en El Calafate, en nuestro cuartel general del Ikeuken, con cada vez menos mochileros pero con los mismos recepcionistas, a los que les debe encantar trabajar, porque se pasan aquí un montón de horas. A veces hay hasta cuatro de ellos cuando con uno solo el trabajo estaría más que completo. Teníamos previsto ir mañana a Torres del Paine, un parque nacional en Chile, pero al final sólo voy a ir yo y Carlos se marcha a Bariloche. La razón: un francés nos corroboró el rumor de que en Torres del Paine esta infestado de ratones y aparentemente es tan inevitable como que anochezca el que hagan agujeros en la tienda de campaña y correteen por tu espalda mientras duermes. Carlos tiene pánico a los animales y más concretamente a ratones y gatos y no quiere pasar este mal trago a pesar de las fervientes recomendaciones acera de las maravillas de Torres del Paine, una de ellas, la de El Viajero Austral, que lo definió como “el lugar más bonito del mundo”, por lo que hemos decidido que iré yo y él me espera en Bariloche.

Pablo

8 comentarios:

Anónimo dijo...

De nuevo con vosotos. Espero con impaciencia esas instantaneas que habeis prometido.
Sin duda son zonas que hay que estar para disfurtarlas pero al menos activamos la imaginación para viajar y realizar esos recorridos con vosotros.
No os entretengo mas disfratar por todos y hasta la proxima
un abrazo
tu tio Paco (Negrita)

puly dijo...

Me alegro q esteis ya recuperados, tanto Pablo con su talón, cómo Carlos con su tripa...¡Cuidado con el agua!
¡Vaya! q pedazo de excursiones, tus tias y yo nos llena de envidia...y no te digo Nadira..Estoy deseando ver esas fotos y seguir viajando mentalmente con vosotros...
Pacheta, espero q sigas haciendo de crítico, espero q no te reprimas por mi (ese dia me dió un ramalazo de madre.)..no se repetirá, los amigos estan para eso...
Un beso a los dos y seguir disfrutando.

Anónimo dijo...

jajaja! Puly, no te preocupes. Pablo tb me lo dijo, pero si te soy sincero, leo todos los comentarios y no recuerdo nada q me pudiera molestar.
Como tal, seguiré con mi papel, el cual no me cuesta representar. El enanito gruñón opina q el estilo de Pablo se va carlinizando, pero aún puede allanarse más, aderezar los comentarios visuales con las fotos del maestro Martín (aunque una imagen no siempre valga más que mil palabras) y tener más párrafos como el de El Chaltén.
En cualquier caso, has sido bastante visual y muchas fotos casi nos las imaginamos de cómo las has descrito (me gustaría ver la de los mocos congelados).
Reconozco que me hace bastante gracia imaginarme a Carlos corriendo hacia el escusado y amontonando sus manuscritos en una papelera que se renovara de cuando en cuando...
Espero que ya estés mejor, al igual que la rubia de su pie. Cómo andáis de pasta? Y de estrellitas?

Anónimo dijo...

Por dios a quién se le ocurre beber agua estancada?? eso lo enseñan de pequeño...jajaja Martín deberias ir con Pablete a ver Torres del Paine por lo que he visto en fotos, mola mazo los paisajes que hay por allí... y algún día tendrás que superar tu miedo a los gatos y ratones jjaja Pablete leyendo lo que escribes, cada dia me culturizas más... espero que continues poniendo esas pequeñas introducciones historicas y geograficas... suerte en vuestra aventuras... esperamos más noticias!!!

Anónimo dijo...

no me gustaría ser pesado.
Pero lo cierto es que no puedo dejar de agradeceros las imagenes colgadas. Como decía Jesulin de Ubrique."En dos palabras Im presionantes"
Es fantastico esperar las instantaneas que antes nos las ibamos imaginando cuando las describías con palabras.
Nuestras mentes se activan y luego aparecen esas impresas.
Pero aunque las disfrutas sientes ese envidia sana al no poderlas captar con nuestros propios sentidos.
Bueno no me enrrollo mas. Pero no podía dejar de daros las gracias por esos dos nuevos albunes que nos ayudan a vivir un poco vuestro viaje.
Un abrazo.
Tu tio Paco
(Negrita)

Enrique dijo...

jajaja Mi primo pasa en lo de racionar la comida y si hace falta, beber de una laguna, pero eso de dormir con ratones ni de coña!!! Jejeje Yo creo que tampoco me haría mucha gracia que conste. Menuda maravilla de excursiones. Y menudo frío... Bueno bueno, vais bien atabiados con vuestras botas y pantalones impermeables ¿Porque funcionarían bien no? Que vaya bien Pablito en esa excursión con animalillo y tu primi recupérate de lo tuyo!! Besos!!

Anónimo dijo...

Ohhhhh espero que esta separacion no se acerque a un divorcio y que pronto os reecontreis!!!
Las fotos siguen mejorando, llegaran al Pult...
Y Pablo, no te "Carlinices" demasiado, que tu estilo queda muy interesante!!!!
Cuidaos mucho y pasadlo muy bien!!
Miles de besos a los dos!

Unknown dijo...

Vamos, chavales, que he visto un puntito de...¿melancolía?, ¿tristeza?, en estos últimos escritos, por cierto, muy buenos. Sigo pensando que lo que hacéis es envidiable y ya me quitaría yo algunos añitos (tengo 46) para hacer lo mismo. Aún así, lo mismo me da la ventolera y ..... Seguid con ánimo y a conocer la enciclopedia de la vida palmo a palmo, como peregrinos del mundo. Pablito, Contador ganador del Giro, sin entrenar. Tremendo, eh?. Un abrazo para ambos del socio.